En los momentos más oscuros del duelo, cuando las palabras sobran y el alma se siente frágil, hay gestos que pueden cambiarlo todo. No grandes soluciones. No respuestas exactas. A veces, simplemente… alguien que se detiene.
En una cultura que empuja a seguir, a producir, a aparentar estar bien, detenerse por otro se vuelve un acto sagrado. Y es ahí donde nace la compasión: esa presencia silenciosa que no invade, no juzga, no se impacienta. Solo se queda.
Hoy, el Reverendo Carlomangno Osorio nos ofrece una reflexión que toca fibras profundas. Inspirada en el relato del Buen Samaritano, pero llevada al terreno humano y cotidiano, esta mirada sobre el duelo, la compañía y el poder de una presencia auténtica, nos recuerda que sanar muchas veces empieza con ser vistos… con amor.
✨ Reflexión completa:
LA COMPASIÓN QUE CURA: CUANDO ALGUIEN SE DETIENE POR TI
El duelo es, en muchas ocasiones, una experiencia de desnudez interior.
Una fractura invisible que divide la vida en dos: antes y después de la pérdida.
Cuando alguien a quien amamos muere, no solo se va su presencia: se va una parte de nosotros. Y en ese vacío, lo que más necesitamos no es que nos expliquen el porqué, sino que alguien se detenga a nuestro lado.
Vivimos en una cultura de la prisa, del rendimiento, del “ya supéralo”. El dolor emocional, sobre todo el duelo, suele incomodar. No encaja en la lógica de productividad. No tiene un tiempo exacto, ni soluciones rápidas. Por eso, muchas personas que están en duelo se sienten abandonadas. Vistas, tal vez, pero no acompañadas. Escuchadas, pero no sostenidas.
Y es ahí donde entra una palabra clave: compasión.
Compasión no es lástima. No es sentir pena por otro.
Compasión —desde una perspectiva terapéutica— es la capacidad de hacer espacio para el dolor del otro sin invadirlo, sin negarlo, sin querer arreglarlo a toda costa.
Es acercarse sin juicio, estar sin prisa, mirar sin incomodidad.
Esta semana, en nuestro camino terapéutico del duelo, tomamos como inspiración la historia del Buen Samaritano (Lucas 10:25-37), no desde lo religioso, sino desde lo profundamente humano.
En ese relato, un hombre queda herido al borde del camino.
Varios pasan de largo.
Solo uno se detiene. Lo ve. Se compadece. Lo cura.
Y ese pequeño giro —ese detenerse— marca la diferencia entre la exclusión y la posibilidad de sanar.
Todos, en algún momento de nuestra vida, hemos estado tendidos al borde del camino.
Heridos por la muerte, el abandono, una noticia inesperada, un diagnóstico, una ruptura.
Y en medio de ese dolor, lo que más recordamos no son las soluciones, sino las presencias:
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Esa persona que no dijo mucho, pero que se quedó.
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Esa mano que apretó la nuestra cuando no podíamos hablar.
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Ese café compartido en silencio.
Desde la tanatología y la psicoterapia, sabemos que uno de los factores más importantes en la elaboración saludable del duelo es el acompañamiento significativo.
No resolverle la vida al otro.
No distraerlo de su tristeza.
Sino ofrecerle un espacio donde su dolor sea legítimo. Donde pueda sostenerse sin disimular.
Esa es la compasión que alivia. Esa es la compasión que cura.
Y también —vale decirlo— nosotros podemos ser eso para alguien más.
🌾 Que esta reflexión sea semilla
Que te recuerde que no estás sola. Que tu dolor es válido.
Y que acompañar o ser acompañado puede ser el primer paso para respirar de nuevo.