Hay momentos en los que el silencio pesa más que cualquier palabra…
Cuando el alma busca consuelo, pero no encuentra el lenguaje para pedirlo.
En esta nueva reflexión, el Reverendo Carlomangno Osorio nos invita a mirar de frente esa noche oscura del alma donde el duelo, la pérdida y la confusión parecen tener la última palabra. Con una sensibilidad profunda, nos recuerda que incluso en el dolor más hondo, hay una oración que brota, aunque sea en forma de suspiro.
Te invitamos a abrir el corazón a esta lectura.
No estás solo. A veces, lo único que necesitamos es saber que hay Alguien —y alguien— que camina a nuestro lado.
Reflexión inspirada en Lucas 11:1–13
Hay momentos en la vida en los que ni los rezos aprendidos de memoria logran salir de la boca. El alma duele tanto que el
silencio pesa, y lo que uno siente no cabe en palabras. Es entonces cuando entendemos a ese discípulo que se acerca a Jesús
y le dice: “Señor, enséñanos a orar”. No le está pidiendo un discurso, sino un lenguaje para hablarle a Dios en medio del
dolor, el duelo, la pérdida, la confusión.
Y Jesús responde. No con un sermón, sino con un gesto de cercanía. Nos da palabras que no son mágicas, pero sí verdaderas.
Palabras que nacen del corazón humano que ha amado, ha perdido, ha esperado.
Jesús narra una escena sencilla: un hombre va a la casa de su amigo, a medianoche, a pedir pan. No es solo una parábola
sobre persistencia, es una imagen poderosa: la medianoche representa ese tiempo en que el alma no encuentra salida, el
momento del dolor agudo, del “¿y ahora qué hago sin él/ella?”.
Y aunque la respuesta no llega de inmediato, aunque desde dentro se oye: “No puedo ayudarte ahora”, finalmente la puerta
se abre. La enseñanza es clara: aunque parezca que todo está cerrado, hay una presencia que no se duerme, un Dios que
escucha, incluso cuando sólo logramos llorar.
Jesús nos enseña a pedir pan. Pero no solo el del cuerpo. Quien está de luto necesita otro tipo de pan:
- Pan para seguir en pie.
- Pan para volver a levantarse cuando el mundo se detuvo.
- Pan para aceptar lo irreversible sin rendirse al vacío.
Y también nos enseña a pedir perdón. Porque el duelo remueve culpas: “¿Y si le hubiera dicho…?”, “¿por qué no estuve más
cerca?”. La oración nos ayuda a soltar lo que no podemos cambiar, y a recibir el perdón, no como olvido, sino como
reconciliación con nuestra historia.
Una de las frases más poderosas del modelo de oración es: “no nos dejes caer”. Pero ¿Qué pasa cuando ya caímos? Cuando
la muerte llegó, cuando el diagnóstico fue el peor, cuando el amor se rompió.
Jesús no promete evitar toda caída. Promete no soltarnos en la caída. Promete caminar con nosotros entre las ruinas, hasta
que podamos reconstruir. La oración no cambia el pasado, pero nos permite sobrevivir al presente y abrirnos al futuro. Nos
vuelve personas capaces de amar incluso con el corazón herido.
Al final de este pasaje, Jesús dice: “El Padre dará el Espíritu a quien lo pida”. No se trata de recibir milagros instantáneos. Se
trata de recibir fuerza interior, luz en medio del duelo, presencia en la ausencia.
Eso es lo que el Espíritu hace: no borra el dolor, pero lo habita con sentido. Nos vuelve capaces de recordar sin destruirnos.
De agradecer incluso lo breve. De vivir con los que se han ido… de otra manera.
No necesitas fórmulas. Basta con respirar, con nombrar a esa persona que extrañas, con decir: “Señor, no entiendo, pero
aquí estoy”. La verdadera oración no se mide por la candad de palabras, sino por la verdad del corazón.
Orar es atrevernos a mirar el cielo aunque el alma esté rota. Es seguir hablando con quien ya paró, y confiar en que el amor
que unió no termina en el ataúd. Es poner el dolor en las manos de un Dios que también ha llorado, también ha enterrado
amigos, también ha amado hasta el final.
Esta reflexión no busca darte respuestas, sino acompañarte. Porque Jesús no dio explicaciones frías, dio compañía. Dio
presencia. Y hoy te la da a .
Si estás pasando por una noche oscura, si has perdido a alguien, si sientes que no puedes más… recuerda que esa súplica
sencilla —“Señor, enséñame a orar”— es ya una oración. Es el primer paso para descubrir que Dios no se fue, que tu ser
querido no desapareció, y que tú aún puedes vivir con sentido.
Cuando la noche duele… ora.
Aunque no tengas palabras.
Aunque sea solo un suspiro.
Porque Dios está. Y porque el amor, de verdad, nunca muere.
Escrita por el Reverendo Carlomangno Osorio Uran